Pocos son los hombres que saben la existencia de los orbes,
poderosas armas creadas por los dioses
terminantemente prohibidas para cualquier mortal.

Sin embargo, el aparente equilibrio pactado
entre las divinidades se ve amenazado cuando
vuelve a despertar el ser que fue más poderoso que los dioses.

En un mundo donde han regresado los
tribales rituales de sangre, los dioses se ahogan en su propia sed de poder y
los hombres se dejan engañar por sus propias mentiras,
la muerte resurge como única forma de salvación…

La última Era de los Elementales comienza
esta noche, en la que una joven amnésica despierta de un sueño olvidado para
adentrarse en otro repleto de horrores.

Maldecida por su codicia olvidada, el
lenguaje de la magia parece volverse en su contra.

Sólo los ecos de su pasado
conocen su sino; pero únicamente ella decidirá si lo alcanzará a través del
camino de la sabiduría y la fuerza… o de
la envidia y la demencia.


Ecos del pasado I: La danza del fuego

lunes, 15 de febrero de 2016

El ardor de la magia


Mejor será que no provoquéis la furia de un dios...

Los dioses hacen su aparición de nuevo... Y esta vez conoceremos al más fulgurante, al más destructivo: el Elemental de luz.
  ¡Gracias a todos por seguir leyendo la saga de Ecos del pasado! No os perdáis la nueva entrega! ¡La novela fantástica que buscabas!


«Lanzó la esfera ardiente, 
la cual escupía llamas ansiosas por 
abrasar su cuerpo hasta devorarlo entero».






2. La furia de un dios (8º parte)



El Jardín del Sol siempre rebosaba de exuberantes flores, de armoniosas tonalidades repletas de colores brillantes bajo los cálidos rayos del sol los cuales solo se dejaban ver tímidamente a las horas más calurosas del día. La abundante vegetación respiraba vida y belleza en aquel lugar de tranquilidad y serenidad. El único sonido perceptible era la suave caída del agua de la cascada que se encontraba en el centro del jardín; una hermosa fuente decorada con tres esculturas hechas con precisión y destreza: una bella mujer sentada con la mano izquierda rozando el agua de la fuente, mientras tocaba la flauta. Su mirada era de ensoñación, dulce y risueña. La escultura de su izquierda era un caballo majestuoso, fiero y salvaje, mientras que la otra escultura era otra mujer de expresión grave. Portaba un escudo sujeto con las dos manos, apoyándolo en el suelo frente a sí. Las dos mujeres de piedra iban ataviadas con largos pero sencillos vestidos atados con anillas en los hombros y caderas, y descalzas.
  Pocos eran los que podían acceder a tan celestial jardín, creado como ofrenda para los Elementales, donde solamente los Grandes Arcanos y sacerdotisas de alto rango podían entrar. Itgard había sido llamado la noche anterior para que acudiera a primera hora. Había sido un susurro en su mente apenas audible, pero su significado era claro y conciso: el Elemental Drian el pacificador quería verle, y era urgente.
  Tenía un mal presentimiento de todo aquello. Que un Elemental se reuniera con su Gran Arcano no era tan extraño, pero el hecho de comunicárselo de forma tan secreta le inquietaba. Normalmente las asambleas y reuniones eran oficiales, y no se celebraban en ese lugar que tampoco le gustaba mucho a Itgard, pues era producto de una serie de hechizos que solo los magos de la rama natural sabían hacer, y para él aquello se traducía en forzar a la naturaleza a un acelerado ciclo vital.
  Cuando Itgard alcanzó el patio central del jardín, no vio a nadie inmediatamente, pero sabía que no estaba solo, lo sentía. A cada paso que daba, su mente se inquietaba más, su presencia era imposible de ignorar; un aura inmensa, de magnitud inimaginable y de una fuerza arrolladora. Estaba ante Drian el pacificador, el Elemental de las aguas y las tormentas, el señor de los mares y océanos; un dios.
  El Elemental volteó hacia él lentamente. Itgard jamás le había visto con otra expresión que aquella; melancólica, como si añorase tiempos pasados que se perdieron en el viento y que nunca regresarían. Llevaba una cuidada túnica dorada ricamente decorada con símbolos arcanos en las mangas y bordes inferiores. Su largo pelo rubio lacio lo tenía suelto como acostumbraba y su porte era regio e intimidante.
  Itgard dobló la rodilla e hizo la reverencia sin decir nada, a la espera de que su señor hablara:
  —Levanta. 
  Itgard obedeció inmediatamente, y se enderezó aunque seguía mirando al suelo; por mucho que fuera el Gran Arcano, tener un contacto directo con los dioses era una falta grave de respeto, y prefería no arriesgarse a ofender al Elemental. Drian el pacificador le dio la espalda y comenzó a hablar:
  —Los mares se agitan inquietos. Las heladas ventiscas se agarran a las costas con su gélido soplo arañando la suave arena dorada hasta cambiarla al triste y monótono gris del invierno. —Aunque Itgard no sabía si hablaba con él o consigo mismo, escuchaba atentamente cada palabra, cada susurro, que distaba de ser reconfortante. Entonces volvió a dar la vuelta, e Itgard supo que lo miraba directamente. Sus ojos se clavaban sobre él como agujas punzantes, instándole a alzar a su vez la mirada hacia el inmortal. No se hizo esperar y le devolvió la mirada—. Una vez más, Gran Arcano, voy a abusar de tu fidelidad pues algo se prepara más allá de las templadas aguas del continente Dorado; como bien sabes los orbes son artefactos divinos vetados a los mortales, conocidos solo por vosotros, los Grandes Arcanos, quienes jurasteis mantenerlo en secreto. Y nosotros, los dioses, decidimos ocultarlos sin que nadie supiera donde están, incluso nosotros, pues representan una amenaza demasiado grande. Desgraciadamente…—mientras decía aquello acariciaba distraídamente los pétalos de unas florecientes orquídeas púrpura con sus largos y finos dedos—, alguien de los Hielos de Mundras ha encontrado uno de los orbes, y aunque por ahora no es del todo consciente de lo que tiene entre sus manos, no tardará en descubrir su poder. Pero, si bien el hombre es insaciable en cuanto a la posesión del poder, por muy grande que sea jamás será comparable con el que tiene el orbe, que acabará fácilmente con su cuerpo y mente. Y después ya… —Itgard sintió un inevitable escalofrío recorriéndole todo el cuerpo al sentir la mirada del ser supremo sobre él—. Los Grandes Arcanos de los Hielos de Mundras lo saben, e irresponsablemente no han hecho nada para arreglar tal insulto ante nosotros. 
  Su voz sonaba tan cercana que Itgard levantó la cabeza a causa de la sorpresa. Estaba frente a él, sus ojos le absorbían como a un insecto, insignificante y efímero, mientras que él era… la eternidad. Se sentía atrapado en aquellos ojos, no podía quitar la mirada.
  —Antes de que pueda afectar con mayor amplitud, es vuestro deber ir a parlamentar. Normalmente tendría que intervenir, pero… en mi gran sabiduría y misericordia, he decidido dejaros solucionarlo entre vosotros primero, pues mi ira sería devastadora. Sin embargo, algo me dice que la entrevista será de todo menos pacífica, y por ello más vale que os preparéis pronto; la guerra acecha. Esto que acabo de contarte se lo he dicho a tus homólogos. Vosotros, mis tres Grandes Arcanos, acataréis mi orden: que devuelvan el orbe a los dioses.
  —Su Grandeza, ¿la guerra? ¿Pero cómo…? —Su agitada mente trabajaba a gritos en su cabeza « ¿Cómo? ¿Tras tantos años de tratados y acuerdos pacíficos, vamos ahora a destruirlo como si nada? ¿Cómo se supone que voy a hacerlo, sabiendo que conllevará la destrucción de nuestra civilización? El ejército no está preparado para las extremas temperaturas del norte, y hace décadas que no han vuelto a flirtear con el arte de la guerra. ¿Y las provisiones? No estamos preparados para algo tan súbito ni… no. No puedo ¡es imposible! ¿Y por mar? Aunque hubiera posibilidades de victoria, Lon’thara acabaría arruinada, ¡sería nuestra perdición!». Itgard estaba sudando a mares. Su cara era tan expresiva que agradecía tener el rostro mirando hacia abajo.
  —Sé lo que piensas. Pero si bien aborrezco el uso de la fuerza, no tendremos elección en ese caso.
  —Con todo el respeto que le debo, divinidad, esto es…
  —No te he pedido opiniones. —No alzó la voz sino todo lo contrario, era muy tranquila, pero gélida como un glaciar—. Si os lo he ordenado es porque sé que lo haréis. No vuelvas a cuestionarme. Mañana te comunicarás a través de la cámara de los espejos con mis otros dos Grandes Arcanos y esperaréis mis instrucciones. Deberemos tratar los detalles con meticulosidad. Y ahora ve.
  Itgard no necesitaba más; hizo la reverencia y se fue sin decir palabra, con paso decidido. Pero su cabeza era un mar de dudas. 
  El Elemental permaneció inmóvil cuando Itgard se hubo despedido. 
  —Veo que al final te has decidido por la opción drástica. No es muy propio de ti que digamos.
  Drian no necesitó darse la vuelta para saber a quién pertenecía esa voz. 
  —Kuran. No deberías estar aquí. 
  Kuran el ardor era el Elemental de la rama de luz, de ojos verdes y cabellos rojos centelleantes como el fuego. En aquel momento portaba una indumentaria oscura y curtida. Esta vez no llevaba su armadura. 
  Al contrario que Drian, era de naturaleza violenta y caprichosa. Le encantaba jugar con sus seguidores, respondiendo a sus plegarias de forma imprevisible. Si un agricultor le rogaba fertilidad para sus tierras, tenía la misma probabilidad de que decidiera ser compasivo y le ayudara bendiciendo sus cultivos para crecer fuertes en tiempos de sequía, o bien prefiriese quemar todos sus campos sin miramientos. Así era él, al igual que la espada tiene doble filo, el fuego podía dar el calor que se necesitaba en las noches frías del invierno, o dar el peor de los sufrimientos abrasando la piel y quemar al rojo vivo hasta no dejar más que cenizas y un olor a putrefacción. 
  Drian lo detestaba por ello, pues para él era el caos y desorden. No había ninguna lógica en su comportamiento, no seguía patrón alguno, era como un niño malcriado. Pero para su desgracia, era también un ser muy peligroso y poderoso, y tenerle de su lado era algo que no podía permitirse perder. Y menos aún en ese momento.
  —Oh… ¿de veras? Y yo que pensaba que te habría gustado verme… En fin, volvamos a lo nuestro… —Sus ojos brillaban con un fuego malvado, frío y oscuro—. ¿Así que al final vas a desafiar a Duphina? ¿Y qué es esa historia del orbe? 
  —La realidad. Tenía intención de contarlo en nuestra próxima asamblea, no esperaba que me espiaras… 
  — ¿Que un humano ha robado un orbe? Bueno, de ser cierto… ¿qué tiene que ver con Duphina?
  —Hasta ahora hemos tolerado su condescendencia con los humanos, pero esto ha ido demasiado lejos y hemos de detenerla.
  —Me sorprendes, Drian. Con tal firmeza, has pasado de ser una virgen inocente a todo un dios.
  —Ni voy a contestar a eso.
  —Tampoco esperaba respuesta, pues la verdad no puede negarse. Siempre fuiste un cobarde.
  —No creo que ser razonable sea ser alguien cobarde.
  — ¿Razonable? No, Drian, lo tuyo siempre ha sido cobardía, y hoy por fin te has dado cuenta de ello, por eso actúas.
  —Si hago esto es porque no hay otra solución, y lo sabes. Lo que está haciendo rompe el equilibrio, y eso no puede ser, ha roto el pacto. Sospecho que le ha ordenado al humano robar el orbe, y así poderlo tener para su propio provecho.
  —Bah, qué exagerado. No es comparable con…
  —No, esta vez es diferente. Lo he sentido. Y Vienna también. 
  — ¿Sentido el qué?
 —El equilibrio. —Su voz sonaba hueca y lejana como si no estuviera allí—. Me temo que esto no acabará en un simple malentendido con un mortal, sino que algo se esconde entre tanta bruma. Y ello ha inclinado peligrosamente la balanza.
  Kuran se quedó pensativo. Ahora que lo decía, tal vez Drian tenía razón. Hacía poco había sentido algo extraño que no sabía cómo definir. Fue solo un corto instante, pero aún sentía aquella inquietud que le había provocado. Algo se avecinaba. 
  —Kuran.
  Los dos Elementales se miraron fijamente el uno al otro, sin un solo pestañeo. 
  —Por ahora quédate al margen, esto no debe ir más allá. 
  —Por el bien del equilibrio.
  —Veo que lo has entendido.
  —Muy bien, por ahora no haré nada. Pero cuando esto se ponga caliente, no dudes en que apareceré el primero. Y ya veremos por qué lado de tu… equilibrio me posiciono.
  —Esto no es «mi equilibrio», Kuran. Es el de todos, el tuyo también. No es uno de tus estúpidos juegos. Irás donde se te necesite.
  —Donde tú quieres, en realidad. —Apretó los puños con fuerza. Odiaba aquellos aires de superioridad de Drian.
  —Deja de comportarte como un crío. Aprende a madurar. A veces me pregunto cómo es posible que seas un Elemental.
  Kuran sintió una quemazón en el pecho, que descendía hacia su extremidad izquierda. Invocó el fuego que apareció llameante, lamiendo su mano y creciendo hasta alcanzar un tamaño considerable. El fuego le rodeaba, controlado a la perfección sin que quemara ninguna hoja del extraordinario jardín. Lo había creado para un único objetivo. Lanzó hacia Drian la esfera ardiente, la cual escupía llamas rabiosas dispuestas a abrasar su cuerpo como caballos encabritados. Iba a una velocidad vertiginosa, impaciente por llegar hasta el Elemental de cabellos dorados; pero se esfumó en un suspiro en cuanto llegó a cinco centímetros de su cara. Él ni siquiera pestañeó. Drian no tenía tiempo para los juegos.
  —Cuando te hayas calmado, espero que reflexiones sobre lo que te he dicho. Confío en que no cometerás estupideces. A más ver, Kuran. 
  —Eso ni lo dudes.
  Apenas fue un susurro, pero su rostro deformado por la rabia a causa de la humillación lo dejaba claro: el odio siempre quema por dentro. Kuran era el fuego, ardiente y letal. Aquello no lo olvidaría tan fácilmente.


5 comentarios :

  1. La verdad es que me gustò mucho. Me parece que està muy bien escrito. Yo soy una fanàtica de la mitologìa, como notaràs, mi nickname es de una ninfa y todo este rollo de os Dios y semidioses me atre muchìsimo.

    Vengo de la iniciativa Blogs Floreciendo, te dejo mi link y quedo suscrita. Saludos desde Panamà. http:/loscuentosdevaho.blogspot.com.es

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    1. ¡Hola, Arethusa! Un placer conocerte, espero que sigamos en contacto.

      A mí también me encanta la mitología, por eso en mi saga principal uno de los temas centrales es la existencia de varios dioses. :) Espero que te animes a leer mi historia, ¡y la disfrutes!

      ¡Saludos desde Lon'thara!

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  2. ¡Wow, wow, wow! Demasiada información, demasiada acción en un espacio tan corto de tiempo, ¡pero esta parte es sencillamente genial! Me ha resultado muy curioso que asimiles fuego con luz, cualquier otro habría echo un elemental para cada elemento pero tu has unido ambos siguiendo el concepto del sol, una bola de fuego tan intensa que es como la misma luz, una mezcla perfecta de luz y fuego. La inclusión de los nombres del resto de elementales me ha sorprendido, no esperaba que aparecieran tan pronto pero desde luego me ha encantado :) Por sus nombres intuyo que Duphina y Vienna serían las elementales del agua y el hielo, pero viendo que Kuran es el elemental de la luz-fuego tengo la duda de si alguna de las dos será de otro elemento. Por ahora me inclino a Duphina como elemental de alguno de esos dos elementos o de los dos, Vienna bien podría ser la del viento (su nombre recuerda un poco al viento). Me surge otra duda, una en la que no había caído y que tu excelsa narración me ha despertado, ¿quién es realmente la chica amnésica? Creo que puede ser la propia Duphina o una elemental perdida, pero me inclino más por la primera opción. Esta escena ha sido sencillamente genial, un diez :)

    Me sabe mal decirte esto y creo que tu correctora se habrá percatado de ello, pero creo que en este capítulo te confundiste un poco a la hora de usar los signos de puntuación. He visto un poco de todo, te recomiendo que lo releas. Seguro que tu misma te percatas de donde están los errores :)

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    1. Para mí los Elementales son uno de los pilares de la historia. Van a ser más que decisivos en el desarrollo, y bueno... la chica amnésica por ahora se queda en eso, amnésica :)

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    2. Los elementales son la clave, los elementales son los dioses, los elementales son la vida xD Ya veo que no quieres desvelar información, tendré que esperar :)

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