Un día especial.
¡Buenos días! Bueno, para empezar, quería disculparme por taaaaaaan larga ausencia. La vida a veces no te permite hacer todo lo que quieras o no estás de humor para ciertas cosas. ¡Pero hoy tengo un nuevo capítulo bonus dedicado esta vez a la infancia de los Vermonth. Llevaba un mes con la idea trotando en mi mente, y al fin se ha plasmado en forma de letras.
Igual que la historieta de los Elementales, este capítulo no contiene spoiler alguno sobre la saga de Ecos del pasado, simplemente busca profundizar sobre los lazos de los hijos Vermonth, si bien tampoco cuento mucha información al respecto (creo que necesitaría un libro dedicado a ellos).
Mientras que el bonus de los Elementales estaba escrito en un tono más cómico, este relato sí que está en una línea un poco más seria, ¡pero no os preocupéis! Es igual de interesante (o eso creo).
Para los que estáis con las ganas de conocer al fin a Silianna, tendréis el honor y placer de poder leerla en esta ocasión, si bien no como creéis.
Y con esto, os dejo empezar con la lectura :)
«Rememoró su infancia y se detuvo en un día en concreto; un día que, antaño, había sido especial.»
«He sido bendecido por los dioses; lo tengo todo: la belleza, la inteligencia y la riqueza. Soy especial, soy importante, soy un Vermonth. Y no cualquiera: soy Dorian Vermonth».
El joven Vermonth despertó de su sueño. Era su sexta noche durmiendo en aquella cama que olía a enfermedad. Alvan se había ido el día anterior, y él seguía sin tener todavía muy claro cómo proceder al rescate de su hermana. Si es que lo haría.
La cicatriz del rostro tardaba en cerrarse. Le seguía escociendo, aunque el mal ya estuviera erradicado. Pero su única mano había recuperado prácticamente su movilidad. Pronto podría volver a andar normalmente y entonces tendría que decidir qué camino emprender: seguir buscando a su hermana solo o volver a casa.
«Lon’thara… me pregunto qué habrá pasado en mi ausencia. Padre tiene que estar furioso por haberle desobedecido. ¿Habrán partido ya hacia el continente Plateado? Aquí me siento completamente desorientado, fuera de la realidad…»
Cerró los ojos y recordó los frondosos y verdes bosques de su tierra natal. El olor de los árboles y de la tierra mojada, la brisa marina que soplaba cuando pasaba las horas en la playa, escribiendo poemas o recitándolas a alguna bella dama. Pensó en las tardes junto a su primo Dultas, con quien planeaba las mil formas de seducir a las mujeres de la ciudad y competían por ver quién se llevaba más a la cama. Pensó en Silianna, quien le regañaba y le enderezaba cuando cometía estupideces.
Entonces, sin darse realmente cuenta, pensó en Derek. De todos los errores que había cometido, tal vez uno de los que más se arrepentía se relacionaba con él. Llevaba meses sin ver aquellos ojos grises fríos e inexpresivos, como si no esperaran nada de la vida. Pero años atrás, esos ojos tenían una expresión diferente: una profunda tristeza que solo era acompañada por la soledad.
Rememoró su infancia y se detuvo en un día en concreto; un día que, antaño, había sido especial.
Dorian Vermonth cumplía hoy once años. Al ser su día, se le dispensaba de las clases de esgrima y magia de combate. No entendía por qué su padre se empecinaba con la idea de que él fuera de mayor un caballero. No le gustaban las espadas, pesaban mucho y le salían yagas en sus hermosas manos. Tras sus clases diarias acababa siempre cubierto de barro y sudor, cansado y con hematomas esparcidas por el cuerpo. Temía tanto que su físico se viera afectado que la obsesión por su apariencia le impedía concentrarse en los entrenamientos.
Pero para su gran alegría, hoy no tendría que pensar en ello. Hoy era su día y haría lo que él quisiera. Quería jugar con Dultas y Silianna en la playa donde les impresionaba con sus animales danzantes de agua. Si bien a Silianna le enorgullecía descubrir las habilidades de su hermano, Dorian era consciente de los celos que despertaba en Dultas, no solo por su manejo de la magia sino también por cómo embelesaba a Silianna. Al parecer Dultas y ella se pasaban el día chinchándose. Y aunque apenas estuvieran saliendo de la infancia, Dorian percibía aquella atracción muda que existía entre los dos, a pesar de lo popular que era Dultas con las otras chicas.
—¡Sil! ¡Sil! ¡Vamos a jugar! ¡Las olas están agitadas esta mañana, tenemos que aprovecharlo!
Dorian había irrumpido en la habitación de su hermana a gritos y dando saltos sobre su cama. Despierta y malhumorada por la falta de delicadeza de Dorian, le ignoró con mala cara y se volvió a ocultar bajo las sábanas de su cómoda y calentita cama.
Impaciente y con ganas de pelea, la destapó y corrió a abrir la ventana. El frío glacial de la calle recorrió el tembloroso cuerpo de la pequeña Silianna, quien, a pesar de encogerse con los dientes apretados, se rindió ante la luz diurna y la brisa de los primeros días de primavera que tan injustamente la atacaban aquella apacible mañana.
Saltó de la cama furiosa y con una voz aguda le chilló a su hermano:
—¡Tonto! ¡Estaba en medio de un sueño de lo más interesante! ¡Me lo has fastidiado y nunca sabré el final!
—¡Me da igual lo que estuvieras haciendo con Dultas en tu sueño!—se burló Dorian—. De todas formas, lo verás en un par de horas.
—¿¡Qué!? ¡No estaba soñando con él! ¡Deja de decir tonterías, tonto! —se defendió la sonrojada primogénita de los Vermonth.
Sin mucho interés en continuar con aquél tópico, Dorian tiró de su camisa instándola a bajar al salón para desayunar. Quería irse a la playa lo antes posible.
—¡Sí, ya voy! —le gruñó Silianna empujándole a un lado.
—Hoy es mi cumpleaños, así que soy el rey. Tienes que hacer lo que yo diga cuando yo lo diga y como yo…
—¡Cállate! Eres un pardillo y punto. Es tu cumpleaños, pero como me provoques una vez más me largo a la cama de nuevo —le amenazó en un tono autoritario.
Con una mueca de disgusto, Silianna le sacó de la habitación y, con un portazo, Dorian se sentó en el suelo del pasillo a esperarla mientras se cambiaba.
Tras una media hora larga, al fin su hermana salió con un atuendo sencillo; de nada serviría manchar sus mejores trajes e incomodarse con lazos y volantes.
De mejor humor, Silianna se agachó hasta la altura de su hermano pequeño y le dio un sonoro beso en la mejilla.
—Feliz cumpleaños, hermanito. Vamos a desayunar, ¡me muero de hambre!
Eufórico por la nueva y encantadora actitud de su hermana, bajó los escalones de tres en tres hasta aterrizar en el vestíbulo. Sin darse la pena de mirar a los criados, se dirigió disparado al salón donde dulces pastelitos y manjares recubiertos de miel le esperaban.
—¡Al ataque!
Sorprendido por aquella clara declaración de guerra, Dorian se sobresaltó alerta y giró sobre sus talones hacia la izquierda. Sin tiempo para reaccionar, el gemelo más rebelde, Briggan, lo tiró al suelo con energía juvenil. Los dos hermanos se pelearon con saña pataleando y tirándose de los pelos sin real intención de hacerse daño. Sin embargo, una fuerza superior tiró de los dos niños y los apartó con brusquedad.
—¡Dorian! ¿Qué se supone que estás haciendo? —le preguntó su madre Vulsa con frialdad—. Esa no es la actitud que tiene que tener un noble, y menos el primogénito. Te quedarás sin dulces.
—¡Pero madre…!
—No discutas, Dorian. Ya tienes once años, es hora de que dejes de comportarte como un niño. No olvides que esta tarde tendremos que asistir a la presentación de Lord Gordon y después ir a la celebración del quinto aniversario…
Dorian ya no escuchaba a su madre, quien le recordaba que ser noble era más aburrido de lo que parecía. ¿Era realmente necesario que un niño de su edad asistiera a tantos eventos? Ni siquiera sabía quién era ese tal Lord «Gordo».
Castigado sin sus dulces favoritos y a la vista de su hermano Briggan atiborrándose de bollos, prefirió irse directamente a la playa. Sin que los criados se dieran cuenta, se escabulló por la puerta trasera que daba a uno de los jardines y corrió con toda la vitalidad que le ofrecían sus cortas pero inquietas piernas. Cruzó la entrada de la mansión Vermonth y atravesó el bosque que rodeaba los terrenos. Tras una infatigable hora, alcanzó su tan anhelada costa. Se detuvo a unos pasos del agua y respiró con avidez el frío aire salado. Adoraba aquel lugar.
Entonces, el valioso silencio que apenas había saboreado se rompió con dos jóvenes risas. Cuando quiso acercarse a averiguar lo que sucedía, sintió una mezcla de sorpresa e indignación ante la escena que se presentaba: su primo Dultas estaba jugando con el intruso.
Él y sus hermanos Briggan y Rellian llamaban así a Derek. Desde el primer instante en que apareció en el rellano de la mansión junto con su padre, supo que nunca encajaría en la familia Vermonth. Era demasiado introvertido, demasiado frío. Y esos ojos del color de la plata le delataban. Era un indeseable, un intruso.
Y, sin embargo, ahí estaba, jugando inocentemente con Dultas. ¿En qué estaba pensando? Su sitio no estaba con ellos, no era un igual. El hecho de que además esto ocurriera el día de su cumpleaños le molestaba más aún. Nadie, y menos aún él, le estropearía su día.
—¡Dultas! —le llamó Dorian con voz imperiosa—. ¡No juegues ahí, prefiero que vengas conmigo! Silianna va a llegar y tenemos que prepáranos para darle un susto cuando llegue —añadió en un tono travieso.
En cuanto vio a su primo y mejor amigo, a Dultas se le iluminó el rostro.
—¡Vale! —se exclamó entusiasta. Justo cuando iba a empezar su carrera para ir hacia su primo, sintió una pequeña mano tirar tímidamente de su manga—. ¿Qué sucede, Derek?
El niño se sonrojó ante su pregunta tan directa.
—¿Puedo ir con vosotros? —preguntó bajito para que solo lo pudiera oír él.
Dultas le miró un buen rato antes de responder.
—Bueno, no veo porque n…
—¡Dultas! —le interrumpió Dorian imaginando lo peor; en absoluto quería que el intruso jugara con ellos—. ¡Déjale y vámonos! Tengo cosas mejores que hacer que espérate aquí sin hacer nada.
Había sido injusto y lo sabía, pero le daba igual. No le gustaba aquél niño mártir que parecía siempre a punto de llorar. Seguramente intentaba engatusar a Dultas haciéndole pensar que estaba solo, pero en realidad solo quería apartarlo de su lado. ¿Cómo se podía ser tan egoísta?
Pero Dultas no parecía pensar lo mismo. Dorian podía ver perfectamente la culpabilidad en su rostro. ¿Es que no veía el mal que rodeaba aquél niño? Había nacido del demonio, le decía su madre. Cada vez que ella veía a Derek cruzar el pasillo o recorrer los jardines su rostro empalidecía a ojos vista. Que su madre reaccionara de tal manera ante la visión de aquel niño confirmaba sus palabras.
—Pero… —repuso Dultas.
—No hay peros, hoy mando yo y punto.
Sin argumentos que dar, Dultas se encogió de hombros y se alejó del niño de grandes ojos grises.
Justo en aquel momento, los cascos de varios caballos se adivinaron en la lejanía.
—¡Silianna ha llegado! —declaró Dorian—. ¡Escóndete!
Sin embargo, los dos Vermonth fueron demasiado lentos y lo único que consiguieron fue resbalar en el charco que había al final del camino. Cuando Silianna salió del carro, no pudo evitar reírse ante la visión.
—Vaya par que sois. ¿No podíais esperarme antes de empezar a hacer el tonto?
Sin una gota de energía perdida, Dorian se levantó con elegancia con la ropa empapada y embarrada.
—Calla, os voy a enseñar lo nuevo que he aprendido, ¡vais a alucinar!
—¿Otra vez? —suspiró Dultas—. Ya estamos hartos de mirarte hacer esto…
Dultas se calló súbitamente ante la cara de pocos amigos que le ofrecía su primo. Por ser su día, aceptaría sin rechistar. Silianna y Dultas se sentaron sobre la arena, esperando a ver cuál era la gran novedad.
Sin muchas ganas, Dultas volvió a suspirar, pero sin que se diera cuenta su primo.
—Venga, ánimo. Seguro que se pasa rápido —Silianna le dio un amistoso golpe en el brazo. Y aunque no hubiera segundas intenciones en aquel gesto, Dultas no pudo controlar sus palpitaciones. No le gustaba nada aquella sensación, le ponía nervioso. No entendía porqué su cuerpo reaccionaba así solo con ella.
—¡Oye, Dultas! ¡Me tienes que mirar a mí, no a mi hermana! —le reprendió Dorian. Dultas le lanzó una mirada asesina ante su observación. Se hundió en su improvisado asiento de arena sin decir nada y esperó malhumorado y avergonzado a que Dorian empezara su maldito truco de magia. Ni siquiera quería verlo; él no tenía el don y que su primo se lo recordara cada día le provocaba envidia. Una envidia que crecería con los años, si bien siempre en silencio.
Con las miradas de sus dos familiares al fin puestos en él, Dorian se concentró y cerró los ojos. Hoy haría aparecer una serpiente marina. Había visto esa criatura en libros ilustrados de su hermano Rellian y quería reproducirlo bajo la forma de su magia acuática. La idea era realizar una bestia marina de dos metros de altura. Hasta ahora lo más grande que había hecho había sido un perro, lo cual no estaba mal.
Focalizó sus pensamientos en la imagen que tenía en mente e imaginó cada centímetro del cuerpo de la bestia. Su lengua bífida, sus amenazantes ojos, su serpenteante cuerpo y sus brillantes escamas. Incluso creía oírle a lo lejos.
—¡Por las tormentas de Drian! ¡Es impresionante!
Sin abrir los ojos todavía, Dorian sonrió triunfante. Lo había logrado, y Silianna al parecer estaba patidifusa. Cuando decidió que había terminado el hechizo de transformación, abrió los ojos para admirar su obra. Sin embargo, ante él no había absolutamente nada salvo el oleaje del mar.
Sin comprender lo que sucedía, se giró para preguntarle a Silianna qué es lo que era tan impresionante, cuando lo vio.
A unos metros del trío, cinco hermosos caballos hechos únicamente de agua galopaban en su dirección. Alarmados, se apartaron de un salto para evitar la estampida que se aproximaba. Un chorro de agua fría les salpicó, pero estaban demasiado anonadados para darse cuenta.
Las cinco criaturas rechinaban como animales de carne y hueso. Eran aún más grandes y más rápidos de lo normal. Sus crines brillaban con el reflejo del sol y a su paso dejaban un rastro de arena mojaba. Tras recorrer unos metros más, trotaron hacia las frías aguas del océano donde se convirtieron en espuma hasta no dejar rastro de su paso.
Sin comprender lo que había pasado, Dorian quiso formular sus preguntas, pero no lograba articular palabra. ¿Había sido obra suya? ¿De dónde salían? ¿Cómo lo había hecho?
—¡Mirad! —señaló Dultas.
Al seguir el dedo que apuntaba Dultas, sus preguntas se resolvieron en una sola respuesta: quien había creado aquella hermosa visión no había sido él, sino aquel niño que tan poco le gustaba: el intruso.
Derek se acercó al trío con una sonrisa de ojera a oreja, buscando la aprobación de los tres. Silianna aplaudió con admiración y Dultas le removió su cabello. Pero Dorian no tenía intención alguna de felicitarle. No entendía nada. ¿Cómo era posible que aquel niño de siete años tuviera ese nivel de dominio mágico? ¿Era eso siquiera normal? La palabra monstruo le vino a la mente varias veces, pero pronto lo descartó; era un simple crío que pensaba poder robarle el protagonismo. Apenas llevaba unos meses viviendo con los Vermonth, ¿creía de verdad que sería aceptado tan fácilmente? Ya le había robado a su padre, quien no había vuelto a ser el mismo desde que él había aparecido en sus vidas. Encerrado en su despacho o en la torre del Agua, Itgard Vermonth parecía haberse olvidado de su familia. Solo bajaba a ver a sus hijos en las ocasiones especiales o cuando casualmente coincidían por los pasillos. Y la culpa era del intruso. Volviendo a la realidad, se detuvo en los ropajes de su hermanastro: llevaba los colores de los Vermonth. Se sintió tan irritado que decidió que ya era hora de dejarle bien claro cuál era su sitio:
—Nadie te ha pedido nada —Derek se encogió sobre sí mismo acongojado. Dorian, animado por el efecto causado por sus palabras, decidió añadir unas más—: Puedes hacer todos los caballos que quieras, incluso dragones si te apetece… ¡pero nunca serás un Vermonth! ¡Que eso te entre bien en la cabeza!
—¡Dorian! —le amonestó Silianna.
Pero aquello no le detuvo.
—¿Sabes cómo te llaman todos? El intruso.
—Dorian, eso no ha estado nada bien —le recriminó Dultas.
—¿Cómo te atreves? Tú también le llamas así en cuanto tienes la ocasión.
Dultas quiso responder ante su ataque, pero no supo qué decir. Era cierto.
—Pero somos buenos por llamarte así, deberías sentirte agradecido… —Dorian sentía la urgente necesidad de hacerle daño. La visión de su hermanastro le repelía, su mera existencia le incomodaba. No comprendía del todo por qué tenía que vivir con ellos bajo el mismo techo. Era el resultado de la traición de su padre. No había tenido suficiente con sus cuatro hijos, tuvo que ir a buscar en otra parte para traer a un quinto. Aquellos pensamientos le ardían en el pecho. Imitando el comportamiento de su madre, escupió todo el veneno que tenía bajo la lengua—: ¡Porque nadie te quiere! ¡Das asco! ¡Tú nos quitaste a padre! ¡No eres el bienvenido!
—¡Dorian! —volvió a decirle Silianna, esta vez en tono de súplica.
—¡Nadie te esperaba en casa! ¡A nadie le gustan los intrusos! ¡Nadie quiere estar a tu lado! —Los ojos llorosos de su hermanastro no le daban pena, más bien al contrario: se alegraba por la venida de sus lagrimas. Al fin sentiría una ínfima parte del dolor que sentía él desde su llegada a la mansión Vermonth—. ¡Nadie quiere a un bastardo!
La bofetada que le propinó Silianna acalló sus palabras. El golpe fue tan violento que toda la furia que sentía en su interior desapareció de súbito. Tras varios parpadeos y pasada la estupefacción, recobró la cordura y se llevó la mano a la mejilla agredida. Le escocía horrores.
Se alejó sin mediar palabra y se sentó en el arenoso suelo a unos metros del grupo. Dultas le siguió.
Por el rabillo del ojo, vio a Silianna correr en pos de Derek sin éxito. Al parecer él era más veloz, y la muchacha le perdió de vista. Sin ganas de hablar con Dorian, volvió al carro que había empleado para desplazarse y ordenó que la llevaran a casa.
Solos en la playa, observaron el sol ascender en el punto más alto del cielo.
—Dorian, creo que lo mejor será que te mantengas alejado de él —le aconsejó Dultas—. Será lo mejor para todos.
—Sí, probablemente —le respondió en un murmullo.
No le gustaba Derek, eso lo sabía, pero jamás había sido poseído por una furia de tal magnitud. Habitualmente de naturaleza más dócil, no se reconocía. Al recordar aquellos tristes ojos plateados, los suyos se empañaron de lágrimas, avergonzados.
Aquel día, Dorian no supo si la repulsión que sentía por sí mismo era la misma que la que sentía por su hermanastro.
Desde entonces, no volvió a celebrar su cumpleaños.
¡Et voilà! No sé qué opinaréis sobre la actitud de Dorian, la verdad que se portó fatal, ¡muy mal! Pero bueno, a esas edades todos decimos tonterías o nos dejamos llevar muy fácilmente...
En todo caso, tras este día, Dorian no volvió a dirigirle la palabra a Derek salvo lo indispensable, imitado por sus hermanos. Aquí pues es cuando empezaron todos (salvo Silianna) a ignorar a su hermanastro Derek.
Respecto al segundo tomo de Ecos del pasado, aunque no lo parezca voy avanzando... ¡pronto llevaré la mitad escrita!
Lo sé, lo sé, podría ir mejor, pero... cada vez que escribo algo cuando lo vuelvo a leer lo cambio, con lo cual avanzo despacito ;p