Pocos son los hombres que saben la existencia de los orbes,
poderosas armas creadas por los dioses
terminantemente prohibidas para cualquier mortal.

Sin embargo, el aparente equilibrio pactado
entre las divinidades se ve amenazado cuando
vuelve a despertar el ser que fue más poderoso que los dioses.

En un mundo donde han regresado los
tribales rituales de sangre, los dioses se ahogan en su propia sed de poder y
los hombres se dejan engañar por sus propias mentiras,
la muerte resurge como única forma de salvación…

La última Era de los Elementales comienza
esta noche, en la que una joven amnésica despierta de un sueño olvidado para
adentrarse en otro repleto de horrores.

Maldecida por su codicia olvidada, el
lenguaje de la magia parece volverse en su contra.

Sólo los ecos de su pasado
conocen su sino; pero únicamente ella decidirá si lo alcanzará a través del
camino de la sabiduría y la fuerza… o de
la envidia y la demencia.


Ecos del pasado I: La danza del fuego

martes, 23 de febrero de 2016

El abandono prematuro


¿Cómo se vive cuando abandonaste tu infancia tan pronto? ¿Cuando los ecos de tu pasado no son más que reproches y odio?


Derek Vermonth siempre fue alguien solitario, pero el porqué sólo ahora lo iremos descubriendo...
¡Seguimos con la lectura de la saga de Ecos del pasado!
¡Hoy toca conocer un poco más a nuestro gruñón favorito!
Déjate llevar por la magia no solo del mundo de Ecos del pasado, sino también de las letras :)


«Tú no regresaste. Te fuiste con el viento… y me dejaste en el árbol podrido, indefenso luchando cada día por no caerme yo también. Pues para mí el ciclo vital es un eterno otoño.»







2. La furia de un dios (9º parte)



Las clases habían terminado por fin. Iba caminando por el pasillo a paso ligero sin pararse a hablar con nadie. De todas formas no había nadie a quien dirigirse, ya estaba acostumbrado a estar solo. Mientras pasaba al lado de los estudiantes podía oír cómo se apagaban sus risas ahogadas en murmullos siempre que lo veían; alzó los ojos al cielo con un leve suspiro; hoy no parecía que fuera a ser diferente. 
  Se dirigió al parque de enfrente para descansar y se recostó contra el tronco del árbol aislado del claro, donde podría disfrutar de unos instantes de soledad. Derek estaba bastante agotado, y no era por las largas horas de atención en las magistraturas. Cerró los ojos y se acomodó; la presión que le oprimía el pecho nunca iba a dejarle tranquilo. Las miradas punzantes y cortantes que le juzgaban sin saber, por ignorancia o estupidez, burlonas y crueles que se reían de su posición de bastardo no se cansaban de atosigarle. Él nunca pidió aquello, solo quería estar tranquilo, olvidarse de todo y dormir… dejarse llevar por la marea, en el profundo océano… y hundirse en sus aguas fundiéndose en un abrazo mortal.
  — ¿Derek…? ¿Estás bien?
  Aquella voz… la reconocería entre millones, ¿cómo olvidarla? Era tan dulce y suave, tan protectora… tan maternal. 
  « ¿Por qué te fuiste madre? ¿Por qué no me llevaste contigo? ¿Tan malo era quererme? ¿Fue fácil abandonarme? Dime…»
  —Derek…
  Sentía su sonrisa, su calor. Él la quería tanto… Su pelo era sedoso, dorado como la arena bajo el sol. La seguía queriendo, la anhelaba con tanto fervor que le dolía el alma entera. Jamás volvería a verla. 
  —Por favor Derek… ¡Despierta!
  Algo se agitó dentro de él. Salió de su sopor y abrió los ojos para volver a cerrarlos con fuerza al haber demasiada luz. Tuvo que parpadear varias veces para acostumbrarse a la claridad y ver quién se tenía ante él. Miró de frente y a los lados.
  No había nadie. Estaba solo, como siempre. 
  Se incorporó de un salto y decidió que lo mejor sería volver a casa de Dultas a descansar, la cama era más cómoda que el tronco del árbol. 
  «Si no había nadie… ¿de dónde había salido aquella voz? No podría ser… habrá sido un sueño, seguro», se convenció de ello y siguió andando, en silencio, contemplando la caída imperturbable de las hojas, igual que en cada otoño, como aquel día… 
  ¿Ves Derek? Estás presenciando el camino que sigue la vida, girando sobre sí misma para regresar al punto de partida. Todo nace para morir… y volver a renacer, bajo otra forma más hermosa que la anterior, y más pura. Como nosotros. 
  «Qué bonita era su sonrisa, al igual que todo en ella…»
  Las hojas caen y se las lleva el viento, para después formar parte de un todo, y ese todo dará lugar a una semilla, una vida, que crecerá sana y fuerte. Y entonces ella florecerá con sus propias hojas, que caerán a su vez… 
  Su abrazo era tan reconfortante que le hacía sentir invencible al saberse protegido y querido. 
  Yo nací para crearte, enseñarte a crecer sano, sabio y fuerte como el árbol, a quererte con todo mi ser para darte mis fuerzas. Y tú harás lo mismo con tu hijo, y así sucesivamente. Ese es nuestro ciclo vital, y el de todas las criaturas: sobrevivir y perpetuarnos, con el amor de nuestros padres, la felicidad de nuestros hijos. Por eso yo tengo que protegerte mientras seas pequeño, y cuando crezcas, tú volar con tus propias alas. 
  « ¿Entonces por qué no supe protegerte yo después? Dijiste que sería fuerte… y me mentiste. Nacemos para después morir, pero luego no hay más. Las hojas cuando se van con el viento, desaparecen para no volver, pues ya han muerto. El ciclo vital no es un círculo, sino una línea, corta y torcida, que solo empieza para terminar. No regresa al punto de partida, madre. Tú no regresaste. Te fuiste con el viento… y me dejaste en el árbol podrido, indefenso luchando cada día por no caerme yo también. Pues para mí el ciclo vital es un eterno otoño.»
  Derek entró en la casa, sin ganas de saludar a nadie, aunque para su agradable sorpresa, estaba vacía. Seguramente Dultas y la chica se habían ido a la tienda a trabajar. Se fue directo a su cuarto y se tiró a la cama, dejándose atraer por el mundo de los sueños, donde volvería a verla desde sus lejanos recuerdos enterrados en lo más profundo de su ser.


viernes, 19 de febrero de 2016

Desilusión

Nueva entrada para "Memorias", los escritos que la pluma de uno de mis personajes de "Ecos del pasado" escupe con tinta en el pálido y fino papel.




Aunque sea corto, describe la pérdida que uno sufre de sí mismo cuando ha puesto sus esperanzas en algo que terminó por no valer la pena. Aunque tenga un claro sentido romántico, es interpretable para muchas otras cosas más. 

Por lo tanto, este escrito va dedicado a todos los que, de alguna manera, hemos terminado decepcionados con la vida. 


Un enorme abrazo desde Lon'thara a mis lectores :)




Desilusión


Creí que al irte, lloraría por tu ausencia. 
Por lo mucho que te echaría de menos.
Por la necesidad de tenerte que creaste en mí. 


Sin embargo, hoy te has ido.
Y las lágrimas que derramo no son por ti. 
Sino por la vida ilusoria que había imaginado y que hoy perdí. 


Por la vida desperdiciada, las ilusiones malgastadas.
Porque siento que mi inocencia se vuelve a ir.
Y permití que me hicieras daño, te antepuse a mí.


Hoy lloro pero no por tu pérdida. 
No por tu calor que se acaba de ir.
Sino por la muerte de quien olvidé querer más que a ti.


En realidad, lloro por mí.


lunes, 15 de febrero de 2016

El ardor de la magia


Mejor será que no provoquéis la furia de un dios...

Los dioses hacen su aparición de nuevo... Y esta vez conoceremos al más fulgurante, al más destructivo: el Elemental de luz.
  ¡Gracias a todos por seguir leyendo la saga de Ecos del pasado! No os perdáis la nueva entrega! ¡La novela fantástica que buscabas!


«Lanzó la esfera ardiente, 
la cual escupía llamas ansiosas por 
abrasar su cuerpo hasta devorarlo entero».






2. La furia de un dios (8º parte)



El Jardín del Sol siempre rebosaba de exuberantes flores, de armoniosas tonalidades repletas de colores brillantes bajo los cálidos rayos del sol los cuales solo se dejaban ver tímidamente a las horas más calurosas del día. La abundante vegetación respiraba vida y belleza en aquel lugar de tranquilidad y serenidad. El único sonido perceptible era la suave caída del agua de la cascada que se encontraba en el centro del jardín; una hermosa fuente decorada con tres esculturas hechas con precisión y destreza: una bella mujer sentada con la mano izquierda rozando el agua de la fuente, mientras tocaba la flauta. Su mirada era de ensoñación, dulce y risueña. La escultura de su izquierda era un caballo majestuoso, fiero y salvaje, mientras que la otra escultura era otra mujer de expresión grave. Portaba un escudo sujeto con las dos manos, apoyándolo en el suelo frente a sí. Las dos mujeres de piedra iban ataviadas con largos pero sencillos vestidos atados con anillas en los hombros y caderas, y descalzas.
  Pocos eran los que podían acceder a tan celestial jardín, creado como ofrenda para los Elementales, donde solamente los Grandes Arcanos y sacerdotisas de alto rango podían entrar. Itgard había sido llamado la noche anterior para que acudiera a primera hora. Había sido un susurro en su mente apenas audible, pero su significado era claro y conciso: el Elemental Drian el pacificador quería verle, y era urgente.
  Tenía un mal presentimiento de todo aquello. Que un Elemental se reuniera con su Gran Arcano no era tan extraño, pero el hecho de comunicárselo de forma tan secreta le inquietaba. Normalmente las asambleas y reuniones eran oficiales, y no se celebraban en ese lugar que tampoco le gustaba mucho a Itgard, pues era producto de una serie de hechizos que solo los magos de la rama natural sabían hacer, y para él aquello se traducía en forzar a la naturaleza a un acelerado ciclo vital.
  Cuando Itgard alcanzó el patio central del jardín, no vio a nadie inmediatamente, pero sabía que no estaba solo, lo sentía. A cada paso que daba, su mente se inquietaba más, su presencia era imposible de ignorar; un aura inmensa, de magnitud inimaginable y de una fuerza arrolladora. Estaba ante Drian el pacificador, el Elemental de las aguas y las tormentas, el señor de los mares y océanos; un dios.
  El Elemental volteó hacia él lentamente. Itgard jamás le había visto con otra expresión que aquella; melancólica, como si añorase tiempos pasados que se perdieron en el viento y que nunca regresarían. Llevaba una cuidada túnica dorada ricamente decorada con símbolos arcanos en las mangas y bordes inferiores. Su largo pelo rubio lacio lo tenía suelto como acostumbraba y su porte era regio e intimidante.
  Itgard dobló la rodilla e hizo la reverencia sin decir nada, a la espera de que su señor hablara:
  —Levanta. 
  Itgard obedeció inmediatamente, y se enderezó aunque seguía mirando al suelo; por mucho que fuera el Gran Arcano, tener un contacto directo con los dioses era una falta grave de respeto, y prefería no arriesgarse a ofender al Elemental. Drian el pacificador le dio la espalda y comenzó a hablar:
  —Los mares se agitan inquietos. Las heladas ventiscas se agarran a las costas con su gélido soplo arañando la suave arena dorada hasta cambiarla al triste y monótono gris del invierno. —Aunque Itgard no sabía si hablaba con él o consigo mismo, escuchaba atentamente cada palabra, cada susurro, que distaba de ser reconfortante. Entonces volvió a dar la vuelta, e Itgard supo que lo miraba directamente. Sus ojos se clavaban sobre él como agujas punzantes, instándole a alzar a su vez la mirada hacia el inmortal. No se hizo esperar y le devolvió la mirada—. Una vez más, Gran Arcano, voy a abusar de tu fidelidad pues algo se prepara más allá de las templadas aguas del continente Dorado; como bien sabes los orbes son artefactos divinos vetados a los mortales, conocidos solo por vosotros, los Grandes Arcanos, quienes jurasteis mantenerlo en secreto. Y nosotros, los dioses, decidimos ocultarlos sin que nadie supiera donde están, incluso nosotros, pues representan una amenaza demasiado grande. Desgraciadamente…—mientras decía aquello acariciaba distraídamente los pétalos de unas florecientes orquídeas púrpura con sus largos y finos dedos—, alguien de los Hielos de Mundras ha encontrado uno de los orbes, y aunque por ahora no es del todo consciente de lo que tiene entre sus manos, no tardará en descubrir su poder. Pero, si bien el hombre es insaciable en cuanto a la posesión del poder, por muy grande que sea jamás será comparable con el que tiene el orbe, que acabará fácilmente con su cuerpo y mente. Y después ya… —Itgard sintió un inevitable escalofrío recorriéndole todo el cuerpo al sentir la mirada del ser supremo sobre él—. Los Grandes Arcanos de los Hielos de Mundras lo saben, e irresponsablemente no han hecho nada para arreglar tal insulto ante nosotros. 
  Su voz sonaba tan cercana que Itgard levantó la cabeza a causa de la sorpresa. Estaba frente a él, sus ojos le absorbían como a un insecto, insignificante y efímero, mientras que él era… la eternidad. Se sentía atrapado en aquellos ojos, no podía quitar la mirada.
  —Antes de que pueda afectar con mayor amplitud, es vuestro deber ir a parlamentar. Normalmente tendría que intervenir, pero… en mi gran sabiduría y misericordia, he decidido dejaros solucionarlo entre vosotros primero, pues mi ira sería devastadora. Sin embargo, algo me dice que la entrevista será de todo menos pacífica, y por ello más vale que os preparéis pronto; la guerra acecha. Esto que acabo de contarte se lo he dicho a tus homólogos. Vosotros, mis tres Grandes Arcanos, acataréis mi orden: que devuelvan el orbe a los dioses.
  —Su Grandeza, ¿la guerra? ¿Pero cómo…? —Su agitada mente trabajaba a gritos en su cabeza « ¿Cómo? ¿Tras tantos años de tratados y acuerdos pacíficos, vamos ahora a destruirlo como si nada? ¿Cómo se supone que voy a hacerlo, sabiendo que conllevará la destrucción de nuestra civilización? El ejército no está preparado para las extremas temperaturas del norte, y hace décadas que no han vuelto a flirtear con el arte de la guerra. ¿Y las provisiones? No estamos preparados para algo tan súbito ni… no. No puedo ¡es imposible! ¿Y por mar? Aunque hubiera posibilidades de victoria, Lon’thara acabaría arruinada, ¡sería nuestra perdición!». Itgard estaba sudando a mares. Su cara era tan expresiva que agradecía tener el rostro mirando hacia abajo.
  —Sé lo que piensas. Pero si bien aborrezco el uso de la fuerza, no tendremos elección en ese caso.
  —Con todo el respeto que le debo, divinidad, esto es…
  —No te he pedido opiniones. —No alzó la voz sino todo lo contrario, era muy tranquila, pero gélida como un glaciar—. Si os lo he ordenado es porque sé que lo haréis. No vuelvas a cuestionarme. Mañana te comunicarás a través de la cámara de los espejos con mis otros dos Grandes Arcanos y esperaréis mis instrucciones. Deberemos tratar los detalles con meticulosidad. Y ahora ve.
  Itgard no necesitaba más; hizo la reverencia y se fue sin decir palabra, con paso decidido. Pero su cabeza era un mar de dudas. 
  El Elemental permaneció inmóvil cuando Itgard se hubo despedido. 
  —Veo que al final te has decidido por la opción drástica. No es muy propio de ti que digamos.
  Drian no necesitó darse la vuelta para saber a quién pertenecía esa voz. 
  —Kuran. No deberías estar aquí. 
  Kuran el ardor era el Elemental de la rama de luz, de ojos verdes y cabellos rojos centelleantes como el fuego. En aquel momento portaba una indumentaria oscura y curtida. Esta vez no llevaba su armadura. 
  Al contrario que Drian, era de naturaleza violenta y caprichosa. Le encantaba jugar con sus seguidores, respondiendo a sus plegarias de forma imprevisible. Si un agricultor le rogaba fertilidad para sus tierras, tenía la misma probabilidad de que decidiera ser compasivo y le ayudara bendiciendo sus cultivos para crecer fuertes en tiempos de sequía, o bien prefiriese quemar todos sus campos sin miramientos. Así era él, al igual que la espada tiene doble filo, el fuego podía dar el calor que se necesitaba en las noches frías del invierno, o dar el peor de los sufrimientos abrasando la piel y quemar al rojo vivo hasta no dejar más que cenizas y un olor a putrefacción. 
  Drian lo detestaba por ello, pues para él era el caos y desorden. No había ninguna lógica en su comportamiento, no seguía patrón alguno, era como un niño malcriado. Pero para su desgracia, era también un ser muy peligroso y poderoso, y tenerle de su lado era algo que no podía permitirse perder. Y menos aún en ese momento.
  —Oh… ¿de veras? Y yo que pensaba que te habría gustado verme… En fin, volvamos a lo nuestro… —Sus ojos brillaban con un fuego malvado, frío y oscuro—. ¿Así que al final vas a desafiar a Duphina? ¿Y qué es esa historia del orbe? 
  —La realidad. Tenía intención de contarlo en nuestra próxima asamblea, no esperaba que me espiaras… 
  — ¿Que un humano ha robado un orbe? Bueno, de ser cierto… ¿qué tiene que ver con Duphina?
  —Hasta ahora hemos tolerado su condescendencia con los humanos, pero esto ha ido demasiado lejos y hemos de detenerla.
  —Me sorprendes, Drian. Con tal firmeza, has pasado de ser una virgen inocente a todo un dios.
  —Ni voy a contestar a eso.
  —Tampoco esperaba respuesta, pues la verdad no puede negarse. Siempre fuiste un cobarde.
  —No creo que ser razonable sea ser alguien cobarde.
  — ¿Razonable? No, Drian, lo tuyo siempre ha sido cobardía, y hoy por fin te has dado cuenta de ello, por eso actúas.
  —Si hago esto es porque no hay otra solución, y lo sabes. Lo que está haciendo rompe el equilibrio, y eso no puede ser, ha roto el pacto. Sospecho que le ha ordenado al humano robar el orbe, y así poderlo tener para su propio provecho.
  —Bah, qué exagerado. No es comparable con…
  —No, esta vez es diferente. Lo he sentido. Y Vienna también. 
  — ¿Sentido el qué?
 —El equilibrio. —Su voz sonaba hueca y lejana como si no estuviera allí—. Me temo que esto no acabará en un simple malentendido con un mortal, sino que algo se esconde entre tanta bruma. Y ello ha inclinado peligrosamente la balanza.
  Kuran se quedó pensativo. Ahora que lo decía, tal vez Drian tenía razón. Hacía poco había sentido algo extraño que no sabía cómo definir. Fue solo un corto instante, pero aún sentía aquella inquietud que le había provocado. Algo se avecinaba. 
  —Kuran.
  Los dos Elementales se miraron fijamente el uno al otro, sin un solo pestañeo. 
  —Por ahora quédate al margen, esto no debe ir más allá. 
  —Por el bien del equilibrio.
  —Veo que lo has entendido.
  —Muy bien, por ahora no haré nada. Pero cuando esto se ponga caliente, no dudes en que apareceré el primero. Y ya veremos por qué lado de tu… equilibrio me posiciono.
  —Esto no es «mi equilibrio», Kuran. Es el de todos, el tuyo también. No es uno de tus estúpidos juegos. Irás donde se te necesite.
  —Donde tú quieres, en realidad. —Apretó los puños con fuerza. Odiaba aquellos aires de superioridad de Drian.
  —Deja de comportarte como un crío. Aprende a madurar. A veces me pregunto cómo es posible que seas un Elemental.
  Kuran sintió una quemazón en el pecho, que descendía hacia su extremidad izquierda. Invocó el fuego que apareció llameante, lamiendo su mano y creciendo hasta alcanzar un tamaño considerable. El fuego le rodeaba, controlado a la perfección sin que quemara ninguna hoja del extraordinario jardín. Lo había creado para un único objetivo. Lanzó hacia Drian la esfera ardiente, la cual escupía llamas rabiosas dispuestas a abrasar su cuerpo como caballos encabritados. Iba a una velocidad vertiginosa, impaciente por llegar hasta el Elemental de cabellos dorados; pero se esfumó en un suspiro en cuanto llegó a cinco centímetros de su cara. Él ni siquiera pestañeó. Drian no tenía tiempo para los juegos.
  —Cuando te hayas calmado, espero que reflexiones sobre lo que te he dicho. Confío en que no cometerás estupideces. A más ver, Kuran. 
  —Eso ni lo dudes.
  Apenas fue un susurro, pero su rostro deformado por la rabia a causa de la humillación lo dejaba claro: el odio siempre quema por dentro. Kuran era el fuego, ardiente y letal. Aquello no lo olvidaría tan fácilmente.


miércoles, 10 de febrero de 2016

¿Por qué en España no se lee?


Con esta entrada me gustaría compartir con todos vosotros unas conclusiones que me entristecen: los españoles no son muy dados a la lectura.


Ecos del pasado, leer


Como amante de los libros que soy, me he dado cuenta de que a mi alrededor mis círculos de amistades —y no tan amistades— a diferencia de mí, no leen. Con ello no quiero decir que en España no haya cultura de lectores, pero si contrastamos con otros países, tenemos una carencia importante. 

El Centro de Investigación Sociológica (CIS de ahora en adelante) publicó en junio de 2015 una encuesta sobre cuánto se lee en España. Los resultados han sido eclécticos: 



Más del 70% de los encuestados dedican su tiempo libre a pasear o ver la televisión; el 47,5% lo dedican a leer libros, revistas o cómics. 
Es decir que más de la mitad de los encuestados no lee en su tiempo libre.


Fuente: elaboración propia a partir de datos de Encuesta del CIS, 2015

Si seguimos con la encuesta, nos encontramos con resultados desmoralizantes: 


Fuente: elaboración propia a partir de datos de Encuesta del CIS, 2015

Apenas el 7% de los encuestados lee más de 13 libros al año, lo cual de por sí tampoco es un número muy elevado de libros, si lo comparamos con otros países como Finlandia, donde el índice de lectura asciende a 47 libros anuales por persona (Winston Manrique Sabogal, 2014). 
Y lo peor de todo, el 34,1% de los encuestados no ha leído absolutamente ningún libro. Estos resultados nos posicionan a la cola en cuanto a país lector, lo cual revela en cierto modo el nivel cultural del país. 

En cuanto al porqué no leen libros una encuesta del CIS del 2014 nos revela las razones, las cuales son desalentadoras: el 42% de los encuestados no leen por el simple hecho de que no les gusta leer, seguido de un 23,2% de por falta de tiempo. 

Aunque un 0,5% no parezca mucho, el hecho de que en España aún haya personas que no tienen acceso a bibliotecas o instituciones para leer es preocupante. Esto es algo que el Ministerio de Cultura debería analizar para llevar a cabo las acciones pertinentes para solucionar el problema. 


Fuente: elaboración propia a partir de datos de Encuesta del CIS, 2014


Con todo esto, lo que deberíamos concluir es que, como país desarrollado que somos, no damos la talla en cuanto a lecturas. ¿Por qué se da este fenómeno? ¿Por qué el español de media no tiene mucho interés por la cultura, cuando países vecinos devoran libros al mes? 

¿Es algo cultural, o más bien político? ¿O todo un conjunto? 




lunes, 8 de febrero de 2016

El mayordomo se indigna

Cotilleo en la cocina


Tras tanto tiempo desaparecida, los sirvientes de la mansión se inquietan por la primogénita de los Vermonth...
  Seguimos con La danza del fuego,  no os lo perdáis.
A lo largo de la semana publicaré la continuación de esta novela fantástica, Ecos del Pasado.
  Aquí utilizo a un personaje con un acento un tanto «peculiar», y me gustaría que me dijerais qué opináis al respecto. 

¡Muchas gracias!

«En Zufir se habla fatal. 
Inapropiado para la tan elegante Lon'thara».






2. La furia de un dios (7º parte)


Al llegar, Muriel la cocinera se percató de que había vuelto con la bandeja llena.
  — ¿El señor no se encuentra bien?
  —Se ha ausentado, tiene asuntos a los que atender esta mañana.
  — ¡Ah! ¡Ceghuamente haya ido a fer ci ce zabe algo zobre zu hija! —Gronox acababa de llegar, y no pudo evitar meterse en la conversación. Era uno de los comerciantes que trabajaba en una de las naves comerciales del puerto de Lon’thara. Como solía comerciar en las rutas comerciales de los Vermonth, a veces iba a la mansión de la familia con su capitán para ciertos negocios que se llevaban entre manos. Zífano no soportaba aquel acento que tenía, proveniente de la ciudad de Zufir, al sur del Lon’thara. Le parecía muy primitivo. A penas sabía tenerse en pie a causa de la cojera que le afectaba a su pierna derecha, y a pesar de su chaqueta de lino despedía un olor a mar salada y pescado. Jamás le había visto sin su sombrero con plumas—. Ya he oído rumorez de que la princefita ce ha perdido, ¿no ez afí?
  Zífano no pudo evitar sentir cierta renuencia a conversar con aquel sujeto, pues no le resultaba buena compañía. Muriel era algo menos remilgada, y no le daba tanta importancia a aquellos detalles que, en realidad, eran algo absurdos.
  — ¿Y cómo sabes tú eso? ¿Quién te ha dicho a ti que nuestra señorita tiene problemas? —Muriel sentía gran aprecio por Silianna al ser la única mujer en la familia a parte de Vulsa, la esposa del cabeza de familia.
  —Yo efcutzo ciempre ceñora, toda info-ación puede cer útil.
  —Ains, hijo, ¡no se te entiende nada! De todas formas, a ti todo esto no te incumbe, así que vete con tu patrón.
  —Eftá bien, pero ento-ce uté no zabrá lo que yo cé —Gronox sonrió maliciosamente. Zífano sintió cierta curiosidad, y aunque no soportaba a aquel individuo, decidió intervenir con una ligera pero trabajada tos.
  — ¿Y qué información tiene usted que pudiera siquiera interesarnos a nosotros? La señorita se encuentra perfectamente, con lo que no veo que puede decirnos de más.
  —Yo cé, yo cé… ce rumorea que la princefita ce fue en mició cecreta, y de allí no volvió. Ícen que uno cin ve-güenza ce la han llevado paá dive-tice un rato, csi usté me entie-de…
  — ¡¿Dices que la han forzado?! ¡Pero qué horrores cuentas! La señorita jamás permitiría que nadie la tocase, ¡y aún menos unos maleantes! —Muriel estaba agitada. 
  —Querida, no seas tan crédula, este individuo no sabe lo que dice, ha oído malas lenguas y ahora viene a rompernos la cabeza con sus chismorreos. Ignóralo, no es más que un cuentista.
  — ¡Yo no zoy un mentirozo! Ez verdá que me gufta exa-erar, ¡pero yo cé que é verdá lo que cuento! ¡Váyafe al diablo con zu incinuacio-es! Me voy de aquí.
  Gronox se fue dando zancadas, con cierta teatralidad levantando la nariz mientras sus plumas se agitaban y sin mirar atrás con desaire.
  Zífano suspiró exasperado mientras se recolocaba el cuello de la camisa. Siempre había que estar elegante, daba igual dónde y ante quién, aunque en su caso era un gesto inconsciente.
  —Ay, Zífano, ¿tú qué crees? ¿Piensas que la señorita está en apuros? ¡Ya hace tres meses casi que se fue! Y nadie sabe nada de la unidad en la que fue. ¡No es normal!
  —De nada sirve alarmarse querida, todo tiene explicación. Se habrá alargado el asunto.
  —Hasta el señor, se le nota a la legua, está preocupado… ¡y sus hermanos! Los pobres no paran de preguntar por su regreso, ¡y nada! Yo te digo que algo raro pasa. 
  —Todo se arreglará, ya verás.
  —Pero mientras tanto…
  —Mientras tanto, nuestro deber es seguir con las labores encomendadas. Así que deja de llenarte la cabeza de pájaros, y haz lo que se te ha ordenado.
  — ¡Oh, Zífano! A veces eres un estirado.
  —Y tú una agonías. Si me permites, te dejo con tu tarea y yo me voy a las mías.
  Salió rápidamente para evitar que Muriel pudiera contestar, y anduvo a paso ligero hacia el jardín lateral izquierdo. Aunque él mismo sabía que efectivamente la situación de Silianna no parecía muy alentadora, prefirió distraerse con otras cosas, evitando preocupaciones. Su trabajo era servir a la familia, nada más.